lunes, 7 de julio de 2014

Las partes del todo

    Por Celina Bustamante

   Estamos transitando el Mundial Brasil 2014 y nos encontramos con una reafirmación de la figura del ser argentino, con sentimientos encontrados, emociones y orgullo partido a partido, enojos e ilusiones. Vemos publicidades que nos dicen cómo somos, dicen que tomamos mate, comemos asado y nos gusta el vino, que tenemos pasión y que con mucho esfuerzo lograremos cumplir el sueño.  En las banderas argentinas aparecen la figura de Maradona, Messi y el Papa Francisco, quienes suponemos son nuestros mayores representantes. Pero, ¿es eso lo que somos? ¿Publicidades, banderas y momentos de ocio? ¿Construimos nuestras creencias, forjamos nuestras personalidades y comprendemos a la sociedad en base a estos elementos?  
   Creo que para poder realmente desmenuzar y definir al ser argentino es necesario analizar su historia, nuestra historia, recordar y entender los procesos que nos afectaron para comprender lo que somos hoy. En la escuela aprendemos sobre próceres, nuestra independencia, recortamos de las revistas a San Martín cruzando Los Andes, Belgrano haciendo la bandera y Sarmiento enseñando; conocemos nuestra geografía y cómo cambia a lo largo y ancho del país pero, es recién en nuestra juventud o adultez que entendemos qué significan estos procesos.
   Es necesario comprender y analizar lo que pasó para dar cuenta de lo que pasa. Beatriz Sarlo explica en su libro Tiempo Pasado: “Es más importante entender que recordar, aunque para entender sea preciso, también, recordar”. Con esto la escritora intenta revalorizar la importancia de recordar en tanto entendamos qué sucedió. La sociedad argentina de hoy no sería la misma sin las masivas inmigraciones, sin la campaña al desierto, sin los gobiernos de facto y el terrorismo de estado. Las crisis dejan huellas que todavía hoy presenciamos, que todavía hoy vivimos y es fundamental entender que el ser argentino es aquel y es este, es el todo y es el todo por sus partes. 
   Sarlo también afirma: “Del pasado no se prescinde por el ejercicio de la decisión ni de la inteligencia; tampoco se lo convoca simplemente  por un acto de la voluntad (…) Proponerse no recordar es como proponerse no percibir un olor, porque el recuerdo, como el olor, asalta, incluso cuando no es convocado. Llegado de no se sabe dónde, el recuerdo no permite que se lo desplace; por el contrario, obliga a una persecución, ya que nunca está completo. El recuerdo insiste porque, en un punto, es soberano e incontrolable”.
   En nuestra historia hubo una época en la que se intentó eliminar el recuerdo. Durante las dictaduras militares de las décadas del sesenta y setenta se intentó “desperonizar el país” y “eliminar a los subversivos” como si ello fuera sencillo. Lo implementaron eliminando los nombres Eva y Perón de los libros de textos, las calles o plazas y los cánticos; formaron comisiones investigadoras abocadas a identificar a los seguidores del peronismo y liberaron a los presos políticos recibiéndolos como héroes. Más tarde recurrieron a la eliminación física de los llamados subversivos a partir del asesinato, tortura y desaparición de los mismos.
Lo que no entendieron estos señores o no quisieron entender, es que no se pueden borrar los recuerdos, que la historia ya se escribió y no por eliminar a cientos y miles de ciudadanos o prohibir palabras y agrupaciones se olvidarán como por arte de magia de procesos políticos y sociales fundamentales para el país. Por eso el ser argentino hoy tiene memoria, tiene secuelas, tiene un pasado del cual intentaron obligarlo a olvidarse y del que hoy tiene como premisa fundamental no olvidar. 
   No podemos elegir que recordar y qué no, pero sí que entender y que no. El pasado está siempre allí y conocerlo significa conocernos.  La historia la hacen los hombres, la escriben los vencedores dicen, pero sin embargo, hoy nos encontramos con muchas reivindicaciones en materia de memoria. Se revalorizaron los relatos en primera persona, los testimonios. En relación a esto Sarlo explica: “Son versiones que se sostienen en la esfera pública porque parecen responder plenamente a preguntas sobre el pasado. Aseguran un sentido, y por eso pueden ofrecer consuelo o sostener la acción”.
   La escritora hace énfasis en un reordenamiento ideológico y conceptual de la sociedad del pasado y sus personajes, que se concentra en los derechos y la verdad de la subjetividad. Habla de una etapa posterior de reconstrucción de estas décadas, en las que retorna la razón del sujeto que antes transitaba la “falsa conciencia” e ignoraba las subjetividades a su alrededor.
   Y agrega: “La historia oral y el testimonio han devuelto la confianza a esa primera persona que narra su vida para conservar el recuerdo o para reparar una identidad lastimada”. Se pone en el tapete nuevamente al ciudadano como eje central en la conformación del ser argentino y la identidad argentina, se intenta reconstruir y trabajar sobre esos años en los que pensar costaba la vida y para ello se utiliza el testimonio. 
Retomando la idea de historia, Jorge Luis Borges afirma que “es un acontecimiento presente, es el tiempo mortal de nuestra substancia, no un frígido y tedioso museo de aniversarios y de láminas”. El escritor hace énfasis en que la historia no es inmóvil, se encuentra en constante cambio y de estas transformaciones es que se a forjando el ser argentino.
   En cuanto a esta noción Borges expresa: “Creo que tenemos algún derecho a la esperanza. Del más despoblado y perdido de los territorios del poder español, hicimos la primera de las repúblicas latinoamericanas; derrotamos al invasor inglés, al castellano, al brasileño, al paraguayo, al indio y al gaucho, que luego elevaríamos a mito, y llegamos a ser un honesto país de clase media y de sangre europea. Carecemos o casi carecemos (loados sean los números bienhechores) de la fascinación del color local, propicia al turismo.”
   Enumera una serie de aciertos que transcurrieron a lo largo de la historia argentina que fueron causas de procesos posteriores, pero deja entrever que casi carecemos de apreciar lo nuestro, el “color local”. Y es que parte de nuestro ser argentino es aquella noción absurda de pensar que tenemos que llegar a ser como alguien, que somos los subdesarrollados y tenemos que llegar a ser desarrollados. Esa concepción de la década del noventa en la que se importaba todo y no se producía nada, en la que la posibilidad de viajar al exterior significaba un menosprecio a los lugares turísticos dentro del territorio nacional. Esa época en la que, tras la crisis del 2001, la identidad quedó hecha trizas y se tuvo que ir forjando poco a poco hasta el día de hoy.
   Creo que logramos lentamente cambiar la mirada en los últimos años, valorizar la memoria entendiendo que todo aquello es parte de nosotros y se reproduce todos los días en la sociedad. Resulta muy complejo y casi imposible llegar a una definición concreta del ser argentino ya que no es un concepto estático pero, creo que la mayor aproximación posible se logra recapitulando la historia, no sólo a partir de los libros, sino de los testimonios, desde los relatos de vida; recordando y entendiendo el pasado, teniendo en cuenta que cada uno de esos procesos nos afectó y nos afecta individual y colectivamente.

   Finalmente, no sabemos lo que somos, somos el todo y sus partes, somos el mate, el tango y el vino, somos las revoluciones, guerras y crisis, somos los gobiernos democráticos y de facto. Somos la clase obrera, la burguesía y las elites privilegiadas. Cada uno forma una parte de este todo que es el ser argentino, que nos identifica de maneras muy diversas pero que responde a lo mismo. Está en nosotros entender y recordar esa historia para comprender finalmente qué somos

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